Desde tiempos antiguos se consideraba que las aguas termales o mineromedicinales contaban con propiedades curativas que permitían mejorar los tratamientos enfermedades y mejorar la vitalidad de quienes se sumergían en ellas.
A lo largo del tiempo la ciencia ha confirmado que los elementos químicos que componen estas aguas han ayudado, por sus características físicas y químicas, a ejercer efectos terapéuticos, aliviando o restaurando la salud de las personas.